La
arquitectura sonora del islam: el mihrâb
Leili Castella
En una
mezquita, el mihrâb es un nicho u hornacina que india la qibla, es decir la dirección de la ka’ba en la ciudad de Mecca, hacia la
que los musulmanes se orientan durante la oración. Frente al mihrâb, y de espaldas a los demás fieles,
el imâm dirige la oración. El mihrâb se vuelve así una formidable caja de resonancia que amplía la voz del imâm par que pueda ser escuchada por todos
aquellos que rezan detrás de él. El mihrâb
se considera una creación del arte sagrado, integrado en la práctica de la
liturgia, aun no siendo indispensable: de hecho se cree que no se integró en la
arquitectura de las mezquitas hasta la época del califa omeya al-Walid, cuando
éste reconstruyó la mezquita del Profeta en Medina.
Como
explica Titus Burckhardt en El arte del
islam, la importancia del nicho sagrado deriva de su condición de símbolo
universal, confirmado implícitamente por el Corán. Dice Burckhardt: “Su misma forma, […] convierte al nicho en una imagen sólida de la “caverna del mundo”.
Ésta es la el “lugar de manifestación” (mazhar) de la Divinidad, tanto en lo referente al conjunto del mundo exterior
cuando respecto al mundo interior (la gruta sagrada del corazón)”. (*)
El
simbolismo del mihrâb deriva, desde
la perspectiva islámica, de su cita en el Corán. La palabra, que significa
literalmente “refugio”, es empleada para describir el lugar secreto del Templo
de Jerusalén donde la Virgen Santísima se recogió en retiro espiritual y fue alimentada
por los ángeles. Según Burckhardt, la relación entre el mihrâb y Sayyidatnâ Maryam, “nos
lleva a la analogía entre el nicho de la oración y el corazón: es en éste donde
se refugia el alma virginal para invocar a Dios: en cuanto a los alimentos que
milagrosamente le llegaron, corresponden a la gracia.”
“La forma del mihrâb, continúa el autor, trae a la memoria otro pasaje del Corán, el
“versículo de la luz” en el que se compara la Presencia divina en el mundo o en
el corazón del hombre con la luz de un candil en una hornacina (miskâb)”. […] La analogía entre el mihrâb y el miskâb es nítida: se acentúa por otra parte, porque delante del nicho de la
oración se cuelga un candil”.
Pero aún cabe añadir más: en muchos nichos de oración
aparece de una u otra forma el motivo de la concha, como por ejemplo, en el extraordinario
mihrâb de la mezquita de Córdoba, el espacio
interno del cual, relativamente amplio, está cubierto por una bóveda de concha
estriada. Quizá se deba a esta concha el extraordinario efecto sonoro que
produce la resonancia de este mihrâb,
gracias al cual las palabras pronunciadas en el interior del nicho resultan
claramente comprensibles para los devotos que se encuentran en la sala de la
mezquita.
Como continúa explicando Titus Burckhardt, “la concha está relacionada con la perla,
uno de los símbolos islámicos de la Palabra divina: según un dicho del Profeta,
el mundo fue creado de una perla blanca”. La
concha alberga la perla que, según la leyenda, tiene el siguiente origen: en
una noche de primavera, la concha sube a la superficie del mar, se abre y
concibe una gota de rocío que en su seno se convertirá en perla. “La concha que encierra la perla, sigue
Burkchardt, es como el “oído” del corazón
al recibir la Palabra divina; palabra que, por cierto, se pronuncia en el mihrâb”.
Como sigue observando Burckhardt, “es característico del arte
islámico utilizar la decoración más suntuosa para enmarcar y honrar algo que,
en sí mismo, no es visible: la palabra hablada. La palabra es para el Islam lo
que para el arte cristiano la imagen sagrada. El Islam rechaza la imagen como
objeto de devoción, ya que tiende a encerrar en una forma limitada la realidad
divina que simboliza. Naturalmente también la palabra sagrada es un símbolo, en
el sentido de que necesariamente reviste de forma perceptible la realidad
divina, que está por encima de toda comparación. Sí, también la palabra se
convierte en un símbolo, pero en un símbolo que no llega a cuajar, pues su
sonido se pierde en el aire una y otra vez y demuestra así la poca consistencia
de sus propios límites”.
Sobre
el vértice del arco de entrada al mihrâb
de la mezquita de Córdoba se encuentra inscrita la aleya 23 de la azora 59 del
Corán que Muhammad Assad traduce así: “En
el nombre de Dios, el Más Misericordioso, el Dispensador de Gracia. Él es Dios,
aparte del cual no existe deidad: ¡El Supremo Soberano, el Santo, Aquel de quien
depende por entero la salvación, el Dador de Fe, Aquel que determina qué es
verdadero o falso, el Todopoderoso, Aquel que sojuzga el mal y restaura el bien
Aquel a quien pertenece toda grandeza! ¡Absolutamente
distante está Él, en Su infinita gloria, de todo a lo que los hombres atribuyen
parte en Su divinidad!”.
El mihrâb encierra pues un rico y profundo
simbolismo. Ello es la prueba, de nuevo según Burckhardt, de la relación entre
el arte sagrado y el esoterismo, la “ciencia del interior” (‘ilm al-bâtin).
(*) Las citas del presente artículo corresponden a La civilización
hispano-árabe, Alianza Editorial 1977, pp. 11-24, y a El arte del Islam, J. J. de Olañeta, pp. 75 a 78, ambos de Titus
Burckhardt.