Ostad
Elahi:
el entrenamiento de un músico
Leili Castella
Es bien conocida la importancia
que el Islam concede al cuerpo: sólo hay que recordar la gestualidad de la salât, la plegaria que los musulmanes
realizan cinco veces al día y a través de la cual caligrafían con su cuerpo la
oración. Asimismo, las distintas órdenes sufíes no buscan sino encarnar la
dimensión interior del Islam, siendo los derviches mismos, y por tanto también
su propio cuerpo, el lugar por excelencia de su búsqueda: así por ejemplo Mawlânâ
Rûmî (m. 1273), fundador de la tarîqa
mevleví, consideró la danza del giro como una vía de conocimiento espiritual, y
la tarîqa naqshbandí, exploró el
poder alquímico de la respiración para
transformar nuestro ser en un cuerpo de luz. No hay duda alguna pues, de que la
tradición espiritual islámica atesora un detalladísimo y afinadísimo
conocimiento de los mapas físicos y sutiles del cuerpo humano.
Es en este contexto en el que
nos gustaría presentar la figura de Nûr ‘Alî Elahi (1895-1974), más tarde conocido como
Ostad (Maestro) Elahi, hombre con un destino singular y al que dedicaremos más
de una entrada en nuestro blog. Nûr ‘Alî nació en el Kurdistan iraní, en el
seno de la comunidad de los Ahl-e haqq [1],
en una familia dedicada en cuerpo y alma al cultivo de la espiritualidad. Desde
su más tierna infancia y hasta sus primeros años de juventud, su vida
transcurrió inmersa en un mundo habitado por la oración, las prácticas ascéticas
más exigentes, los peregrinajes y la música sagrada. A los veintidós años, habiendo
alanzado las más altas cimas del conocimiento espiritual y siendo ya un músico
de una calidad excepcional, tomó una decisión sorprendente: abandonar el
paraíso espiritual en el que vivía, estudiar las leyes civiles y dedicarse a la
magistratura. Pero, ¿qué motivó esta salida al mundo?
La respuesta es bien sencilla: la
búsqueda de la Verdad (al-haqq).
Precisamente “la Verdad” es la palabra que mejor define la indagación, la
trayectoria vital y el legado espiritual de Ostad Elahi. Seguramente no es
casualidad que la comunidad de los Ahl-e haqq
sea la comunidad de “los fervientes de la Verdad”, ni que haqq signifique tanto “derecho” como “justicia”, ni que al-Haqq sea uno de los Nombres de Esencia de Al·lâh. Como bien explica la especialista en
literatura mística persa Leili Anvar en Paroles
de Vérité : “Ostad Elahi desplegó en
su enseñanza la idea central según la cual la luz no deviene palpable si no es
en un fondo de tinieblas, el bien no tiene sentido sino frente al mal, y el
perfeccionamiento del alma sólo puede tener lugar en el cuerpo y en el mundo.
Al alma pura e inocente le es necesario confrontarse con la materia, con la
dureza del mundo causal, para que el conocimiento pueda surgir. La Verdad sólo
se desvela a este precio.”[2]
Para Ostad Elahi, el rechazo
del cuerpo y de la vida en sociedad puede, a lo sumo, purificar el alma, pero
no permite perfeccionarla, puesto que dicho rechazo la priva de vivir la
experiencia completa de su propia humanidad. Dirá el maestro iraní: “Luchar contra el yo-imperante, no
significa debilitar el cuerpo. Por el contrario,
es necesario fortalecerlo, y al mismo tiempo fortalecer el alma de manera que,
aun a pesar de su poder, nuestro yo-imperante se someta a ella. (…) Todo
aquello que aprendí a lo largo de mis doce años de ascesis antes de entrar en
la función pública, no vale lo que aprendí en un solo año de vida activa.”
[3] Como explica Leili Anvar, el trabajo con uno mismo no se platea, en Ostad
Elahi, como una lucha entre el cuerpo y el alma, sino entre el “yo celeste” y
el “yo imperante”. Hay en el maestro iraní un respeto profundo por el cuerpo,
no ya como mero instrumento de placer, que también, sino como el santuario del alma,
como el corcel que, cuanto más sano y fuerte sea, mejor podrá servir a su
caballero. Y es que, como todo cuanto ha sido creado, el cuerpo tiene sus
derechos: el derecho a ser alimentado y protegido, el derecho a gozar de buena
salud tanto física como psíquica, y el derecho a satisfacer sus deseos
legítimos. De modo que, en realidad, dicho respeto comportará una enorme
exigencia.
Ésta era su rutina de
entrenamiento: “Cada mañana realizo
ejercicios gimnásticos que hacen trabajar todos y cada uno de los músculos del
cuerpo. Para que no sean aburridos, he inventado un dhikr [4] para cada movimiento. Hago también un poco
de gimnasia iraní con pequeñas pesas [5]. (…). Ando cada día una hora como mínimo y tres como máximo. El caminar y la
gimnasia son los mejores medios para mantenerse sano.” [6]
Si el cultivo y fortalecimiento
del cuerpo lleva a algunos a trascender límites en campos como las artes
marciales o el deporte, Ostad Elahi los trascendió en el toque del instrumento
sagrado kurdo por excelencia, el tanbur.
Explica el etnomusicólogo Jean During que la técnica de Ostad Elahi era
prodigiosa. Siendo ambidextro, su propia morfología se adaptaba perfectamente
al instrumento y sus manos eran fuertes y poderosas. Quizás por su muy agudo sentido de la justicia
y la equidad, Ostad Elahi utilizaba los cinco dedos de cada mano para tocar un
instrumento para el que en el pasado sólo se usaban dos dedos de la mano
izquierda y dos de la derecha. Todos los movimientos se volvían posibles, y
ello redundaba a tal punto en la sonoridad que extraía de su tanbur, que parecía que fueran varios
los instrumentos que sonaban a la vez. During reivindica la dimensión
trascendente de la técnica de Ostad Elahi al decir: “No pienso que la mano sea sólo un dócil obrero al servicio de formas
sublimes: ocurre algo distinto, mucho más potente, parecido a lo que los
practicantes de las artes marciales han descrito: el hecho de que llega un
momento en el que se accede a una dimensión que parece trascender las leyes de
la causalidad, las leyes de la física.”
Lo que es obvio es que, del
mismo modo que el pahlivân (practicante del antiguo arte marcial persa) no se esculpe a sí mismo
por mero culto al cuerpo, Ostad Elahi no cultivó el arte por el arte. En ambos
casos el cuerpo y la música se consideran lugares sagrados, destinados a la
oración y a la meditación. Dicen los que
tuvieron el privilegio de ver tocar y escuchar a Ostad Elahi, que su gesto y su música se
hacían uno. Y entonces se producía el milagro: una música directamente emanada
de la Fuente primordial invadía la estancia en la que el músico se hallaba. “En la atmósfera de claro-oscuro, su rostro
estaba impregnado de un esplendor extraordinario; parecía un capitán de navío
que sujeta el timón de un barco atrapado en una tempestad y busca devolverlo a
buen puerto. Al final, la música cesó… Por unos instantes, nadie pudo
pronunciar palabra alguna (…). La atmósfera de la estancia era luminosa y
bañada en espiritualidad. Reinaba un ambiente excepcional e indescriptible… Podía
percibirse cómo un suave perfume envolvía la reunión”. [7]
*
[1]
Ahl-e haqq: comunidad religiosa kurda
que en sus tradiciones y doctrinas manifiestan una síntesis de la gnosis del
antiguo Irán y del esoterismo chií.
[2] Ostad ELAHI, Paroles de Vérité, Albin Michel, Paris, 2014, p. 14.
[3] Ibídem, p. 213.
[4]
Dhikr:: recuerdo y remembranza de
Dios; práctica sufí por excelencia que tanto puede ser realizada colectiva como
individualmente, en voz alta (jahrî)
o de manera silenciosa (khafî). Según
definición recogida en Sufismo de
Halil BÁRCENA, Fragmenta Editorial, Barcelona, 2012, p. 162.
[6] Ostad ELAHI, Paroles de Vérité, Albin Michel, Paris, 2014, p. 185-186.
[7] Jean DURING, L’âme des sons, Le Relié, Gordes, 2001, p.144.