Mawlîd an-Nabî
(...)
En humildad me inclino ante tu grandeza,
pidiéndote perdón por tratar de articular
en palabras indignas del polvo de tus pies
siquiera una intuición fugaz
de la luz rutilante de tu vida
que iluminó la tierra árabe del Hechaz
y desbordó sus fronteras
creando un aura que todavía ilumina
la senda de aquellos que te proclaman por guía.
Tu bandera verde seguirá ondeando
en las horas más oscuras del devenir histórico,
hasta que la Verdad de la cual fuiste
y aún eres
supremo mensajero y defensor
se manifieste una vez más en toda su gloria,
en medio de la miseria humana de este mundo extraviado.
Oh, Muhammad, cuya alabanza entona el mismo Dios,
así como Sus ángeles y Sus siervos en la tierra,
necesito tu ayuda
para llevar a buen puerto la ardua tarea
de describir, siquiera humildemente,
los contornos de una vida
que es modelo de perfección,
y que revela en toda su nobleza y su hermosura
lo que significa de veras
ser
un ser humano.
Seyyed Hossein Nasr (1933-) (*)