El sabor de la música y el sufismo "mevleví"
Leili Castella
Les decíamos en la presentación de este blog que 'Baraka, música con alma', no existiría de no haber entrado en contacto, a través del Institut d'Esudis Sufís de Barcelona, con la figura del poeta y místico persa Mawlânâ Yalâl al-Dîn Rûmî (1207-1273), inspirador de la escuela sufí "mevleví" de los derviches giróvagos y que hizo de la música una vía privilegiada de conocimiento interior. Pues bien, hay dos ámbitos especialmente caros al sufismo mevleví: la música, por supuesto, ...y ¡la cocina! Como verán, este símil tiene mucho que contarnos sobre la pedagogía musical, y también sobre las cualidades que debe adquirir y cultivar todo músico verdadero.
Empecemos por decir que en el lenguaje musical turco (una de las músicas del sufismo mevleví), existe una curiosa particularidad, y es que, para describir los distintos modos musicales o maqâmât (plural de maqâm), se utiliza un término culinario, çesni, que significa gusto, sabor, condimento, especia y, de forma más genérica, mezcla de rasgos que permiten identificar algo. En la música turca existen numerosos tetracordios y pentacordios (grupos de cuatro o cinco notas), cada uno de los cuales tiene, como las especias, su propio sabor y efecto. De la combinación y elección de las distintas "especias musicales" dependerán el aroma y el gusto de los distintos maqamât, y en definitiva de la obra musical de que se trate.
Este símil con la cocina no es baladí, puesto que explica mucho de la pedagogía musical sufí, y, en definitiva, de cómo aprender lo que hay que aprender. Explica que, al igual que el aprendiz de cocinero sólo será capaz de reconocer y utilizar las distintas especias después de haberlas visto, probado y olido, también el estudiante de música deberá aprender por experiencia "gustativa" y "olfativa"; explica el modo de transmisión de un saber que exige una estrecha relación maestro/discípulo, así como la necesidad de cultivar la paciencia, la atención, etc. Pero en cualquier caso, explica que el conocimiento verdadero, y por tanto el de la música también, ha de ser un saber literalmente in-corporado.
Pero más allá de estas cuestiones, nos gustaría resaltar un tema presente en la obra Mawlânâ Rûmî en más de una ocasión, a saber, la interrelación entre nuestros distintos sentidos. En efecto, para el maestro persa de Konya, la música tiene sabor; el oído ve; el conocimiento huele, etc. Parece como si nuestros sentidos, después de una ardua labor de depuración, pudieran conjugarse, contagiarse y alimentarse unos a otros, y, haciéndose uno, transformarse en conocimiento. Dice Mawlânâ Rûmî "los cinco sentidos (espirituales) están relacionados porque han crecido de una misma raíz. La fuerza de uno es la fuerza de los demás: cada uno es un escanciador para el resto. Ver con el ojo incrementa el habla; el habla aumenta la penetración de la vista. (La vista) penetrante es (el medio de) despertar cada sentido, (de modo que) la percepción (de lo espiritual) resulta habitual para todos los sentidos" [1].
En su lúcido conocimiento de nuestros más recónditos resortes, continúa diciendo el maestro persa de Konya: "Cuando un sentido, al desarrollarse, pierde las cadenas, los demás sentidos se modifican. Cuando se captan cosas que no son objetos de percepción sensorial, lo que pertenece al mundo invisible resulta aparente para todos los sentidos. Cuando una oveja cruza el río, las demás la siguen" [2]. El derviche u hombre de conocimiento es, pues, aquel que, habiendo sutilizado sus sentidos, se ha transformado en un formidable sensor del mundo (para nosotros) invisible. Ha transmutado su sentir en un conocimiento que es directo, sin intermediarios, pura certeza: en palabras del propio Mawlânâ: "una verdad que es inmediata e intuitiva, en la que no hay lugar para la interpretación".
Es hombre de conocimiento aquel que ha sabido conectar su sentir a la fuente primigenia, al lugar-no lugar del que brota a espuertas la Vida con mayúsculas, y en el que se hace evidente que no existe nada sino Él. Los sentidos, la sensualidad, y con ellos la sexualidad, a través de los cuales el ser humano entra en diálogo con los demás y con su entorno, se vuelven así espacios sagrados, vías de conexión y a la vez de manifestación de la gracia divina, de la fuerza vital, de la baraka. Por ello, seguramente, aquel que es transitado por este conocimiento, muestra una extraordinaria energía de vida y fertilidad. Y así, Mawlânâ, a aquel que se ha puesto al amparo bienhechor del Agua de Vida, le dice: "Has conseguido no quemar tu rosaleda, y justicia y tu bien hacer. Después de lo cual, todo lo que siembres, dará fruto; producirá anémonas, rosas silvestres y tomillo". [3].
Notas
[1] y [2] Rûmî, Masnawî II, verso 3230 y ss.