Las perlas sonoras de Abdullah Ibrahim
Leili Castella
“I am not a player. I am played” (Abdullah Ibrahim)
En 1997, una de las figuras legendarias de la historia del jazz, Abdullah Ibrahim, compuso un álbum sencillamente maravilloso, “Cape Town Flowers”. Concebido para una formación de trío, con el mismo Abdullah Ibrahim al piano, arropado dúctilmente por Marcus McLaurine, al bajo, y George Gray, a la batería, la maravilla de este álbum radica en su aparente sencillez, en su transparencia y en su veracidad.
Músico singular, los tres nombres con los que se ha conocido a Abdullah Ibrahim a lo largo de su vida explican su historia, su música y también “Cape Town Flowers”. Así, al nacer, en 1934, en Ciudad del Cabo (Sudáfrica), recibió el nombre de Adolphe Johannes Brand. Ciudad del Cabo, conocida por su puerto y considerada la puerta sur de África, era y sigue siendo un punto de encuentro de todo tipo de culturas y tradiciones musicales que incluyen tanto formas corales europeas, como ritmos africanos, improvisaciones al estilo del sur de India, himnos de gospel, melodías de carnaval o música ritual islámica. En este rico ambiente sonoro creció Adolphe Johannes Brand. Su segundo nombre, Dollar Brand, con el que se dio a conocer al gran público en los inicios de su carrera musical, es fruto de su crucial encuentro con el jazz. El apodo de Dollar Brand se debe a la vehemencia con la que urgía a los marinos americanos que llegaban a Ciudad del Cabo para que le vendieran las últimas novedades discográficas jazzísticas. Y, finalmente, su tercer y definitivo nombre, Abdullah Ibrahim, fruto de su conversión al islam, en 1968. Todas estas experiencias e influencias se hallan reflejadas en “Cape Town Flowers”. Ésta es la transparencia de su trabajo.
Hemos dicho que “Cape Town Flowers” maravilla por su aparente sencillez. Efectivamente, los once temas incluidos en el álbum llaman la atención por su brevedad (la mayoría apenas duran tres o cuatro minutos) y por la simplicidad de sus frases, compuestas por unas pocas notas diáfanas y cercanas entre sí. En estas melodías no hay grandes saltos interválicos, ni excentricidades, ni vanas muestras de virtuosismo. Abdullah Ibrahim encuentra así un lenguaje exquisito y expresivo con las notas justas, las mínimas. Explicó Halil Bárcena en una ocasión, refiriéndose a los hikam o aforismos sapienciales del célebre maestro sufí argelino Ahmad Al-‘Alawî (m. 1934), que encontrar el lenguaje y la palabra adecuados es un don y a la vez un fruto del camino. Pues bien, estas palabras seguramente podrían aplicarse a los aforismos sonoros que constituyen la música de Abdullah Ibrahim. Y ahí radica probablemente la veracidad de sus composiciones.
Estas pequeñas células melódicas, sucintas, cálidas e íntimas, que conforman sus temas, se repiten una y otra vez hasta quedar grabadas en nuestra memoria. Y es que la música de Abdullah Ibrahim es una música circular, que gira y gira, y que entra en quien la escucha con suavidad, hasta calar en lo más hondo del ser. No es ésta, pues, una circularidad machacona y cansina sino que, por el contrario, va ganando en profundidad y, lejos de adormecer, centra como lo hace la repetición de un mantra, pongamos por caso, o la práctica del dhikr sufí [1]. Y es que, al igual que un mantra o las fórmulas empleadas en el dhikr, las melodías breves y sencillas de Abdullah Ibrahim son auténticos “concentrados sonoros de conocimiento” [2].
Pero, no nos llevemos a engaño, detrás de esta aparente simplicidad, se esconde una enorme sabiduría. Dijo en una ocasión el propio Abdullah Ibrahim refiriéndose a estos “concentrados sonoros de conocimiento”: “Sería de ilusos pensar que la música es simple. A través de miles de años, la sabiduría sonora de África ha ido creando estas fórmulas”; y es, precisamente, esta sabiduría, reinterpretada a través del jazz o los ritmos de Brasil y Kenia, por ejemplo, la que se esconde tras las melodías de Abdullah Ibrahim.
Es bien sabido que Abdullah Ibrahim es un extraordinario narrador de historias, y ello queda también patente en su música. No en vano casi todos los temas de "Cap Town Flowers" están escritos en compases de cuatro tiempos, de naturaleza narrativa, estables y serenos. Como los buenos narradores que nos fascinan por el cómo, es decir, la manera de contar lo que cuentan, Abdullah Ibrahim nos habla muchas veces en susurros, y siempre dejando silencios al final de sus frases para hacer que el oyente desee ardientemente seguir escuchando. Y es que lo que conmueve realmente de esta sencillez es el anhelo por compartir lo comprendido de un modo que pueda llegar a ser entendible para todo aquel que quiera escuchar.
Pero, ¿escuchar qué? Pues historias de retorno. Abdullah Ibrahim sabe bien de exilios y regresos, puesto que a causa del apartheid tuvo que abandonar Sudáfrica en 1962, no pudiendo volver a su tierra natal hasta muchos años después. También el jazz de África, del que Abdullah Ibrahim es uno de sus máximos exponentes, explica una música que en su momento partió a otro continente, el americano, para volver a su origen, fecundado por el jazz. Pero tal vez la música de Abdullah Ibrahim nos habla también de otro retorno aún más íntimo, el retorno al propio corazón. Los temas de "Cap Town Flowers" laten a tempos de unas 60 a 80 pulsaciones por minuto aproximadamente, y nos remiten al ritmo de un corazón centrado y apaciguado. Hablan de la alegría serena y lúcida del latir, y es una alegría que nos contagia, como sólo puede contagiarnos quien vive conmovido.
Notas:
[1] Dhikr: recuerdo, presencia, invocación. Práctica sufí, tanto individual como colectiva, basada en la invocación del nombre divino.
[2] Expresión utilizada por Halil Bárcena al referirse a los mantras y a las fórmulas empleadas en el dhikr sufí.
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http://www.youtube.com/watch?v=bWY8Qa-3Nbo&feature=related
http://www.youtube.com/watch?v=XAcgz35IRlE