Presentació

Baraka és una paraula d’origen àrab que significa alè vital, pura energia de vida, gràcia divina. Es diu que hi ha llocs amb una baraka especial. Entre ells, la música. La música és la bellesa l’allò més primordial que nia en nosaltres. En el batec del cor hi ha el ritme. En la respiració, la melodia. I en la relació amb tot allò que ens envolta, l’harmonia.

La música, com el perfum, és presència intangible. Entrar en ella és entrar en un espai preciós en què allò que és subtil pren cos, i on allò que és tangible esdevé subtil. Segons Mowlânâ Rûmî, la música, com el perfum, ens fa comprendre que vivim exiliats en aquest món, i alhora ens recorda allò que sabem i no obstant hem oblidat: el camí de retorn vers el nostre origen, vers casa nostra.

Habitar aquest espai preciós no pot fer-se només des de la raó. Aquest coneixement delicat i potent ha de ser degustat, encarnat, i per això Mowlânâ va ballar i va ballar, i va girar i girar i girar. D’aquest espai preciós de presència intangible és del què ens parlen els autors reunits en aquest blog. En un món com el que ens ha tocat viure, en què tantes velles estructures inservibles s’enfonsen, és responsabilitat de cadascú de nosaltres agafar-nos fort a aquells qui ens han indicat el camí, intentar comprendre´n els indicis, descobrir-ne les petjades ... i començar a girar.

Sigueu més que benvinguts a Baraka,

Lili Castella

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dimecres, 4 de juliol del 2012

La arquitectura sonora




La arquitectura sonora: el alminar

Leili Castella






 Pocas veces la arquitectura occidental ha pensado en el oído, o en arrullar al ser humano con sonidos que nazcan de sus edificios, y a lo más que suele aspirar es a la insonoración de sus espacios. La arquitectura del islam, es, por el contrario, una arquitectura sonora, hecha para el goce de todos los sentidos, pero especialmente quizás, para el de la audición. Ello no es baladí, puesto que la audición, en su sentido más amplio, es, en el islam, una facultad preminente por muchas razones que no es el momento de desarrollar: recordemos tan sólo, a modo de pincelada, que el hecho nuclear del islam, la Revelación del Corán, fue un fenómeno fundamentalmente “oral”, auditivo. El Corán fue esencialmente “escuchado” por el Profeta Muhammad, y después recitado y transmitido oralmente antes de ser transcrito. La misma palabra “Corán”, proviene de la raíz árabe QR’ que en su campo semántico contiene el hecho de recitar un texto. La arquitectura del islam estará pensada, pues, para exclamar, expandir y hacer resonar la Palabra y los Sonidos de Al·lâh.
 Buena prueba de ello es un elemento arquitectónico de las mezquitas en el que hoy nos gustaría detenernos: los alminares. Desde lo alto de ellos, el muecín, cinco veces al día y siguiendo el ritmo solar de la naturaleza, anuncia el inicio de la oración o salât.



 Joaquín Lomba, en su exquisita obra El mundo tan bello como es (*), plantea acercarse al arte musulmán como si de un libro de texto se tratara, para así comprender el contenido y el pensamiento del islam. Pues bien, contemplar un alminar es ver una representación física de la intuición fundamental del islam, el tawhîd, que Halil Bárcena define como “la comprensión profunda de que no existe nada más que Dios, de que no hay nada existente fuera de Él” [1]. El alminar, como si de un dedo índice o de una flecha se tratara, apunta a la dimensión de verticalidad de la existencia, es decir, a su dimensión sagrada. Pero es que no sólo la forma del alminar expresa el tawhîd; ¡también lo dice, lo canta! De lejos, uno no puede ver  al muecín (o ahora al altavoz, en muchos casos…) en la torre; tan sólo se atisba el trazo esbelto del alminar que se alza por encima de la horizontalidad común y del que emana el sonido de la voz humana, utilizada para lo que realmente ha sido creada: para proclamar la dimensión sagrada de la existencia. No en vano fue el ser humano el  único ser de la creación que aceptó esta tarea fundamental (Corán 33,72).



 La lengua árabe, de una riqueza y belleza inigualables, denomina al minarete ma’dana, es decir “el lugar elevado desde donde se llama a la oración”, pero, también, como explica Lomba, al-manâr, de la que derivan directamente “alminar” o “minarete”, y que significa “faro” o “lugar donde se pone la luz” [2]. Efectivamente, a veces se llamaba también a la oración con una luz, porque los fieles que estaban lejos, en el campo o de viaje no podían oír la voz del muecín. Pero también porque en definitiva la luz, esto es, la vibración sonora más sutil que existe, es la luz de Al·lâh, “símbolo y expresión de la Creación de Dios y de la donación del ser al mundo, pues con un solo acto creador (con una sola luz), hace las cosas múltiples lo mismo que un solo rayo de la luz natural nos permite ver la inmensa variedad de objetos y colores del mundo que nos rodea” [3].
 
Huuuuuuu………
[1] Bárcena, Halil Sufismo. Págs. 80 y 81.
[2] y [3] Lomba, Joaquín El mundo tan bello como es. Edhasa 2005 Págs. 63 y 252.
Para escuchar una bella llamada a la oración, clicar aquí: