El
adhân o el agua de la Fuente de pureza
Leili Castella
Si hay algo que defina el paisaje sonoro de un musulmán o musulmana, es el sonido bellamente
musicalizado de las cinco llamadas diarias a la oración o adhân. En efecto, cinco veces al día, rigiéndose por los ritmos
solares de la naturaleza, el muecín o almuédano, desde lo alto del alminar de
la mezquita, anuncia el inicio del salât u
oración. En la tradición islámica se utiliza la voz humana para realizar dicha
llamada. El hombre convoca al hombre sin intermediarios de ningún tipo, gracias
al poder de su propia voz.
Cuenta
la tradición que el primer muecín que llamó a la oración, fue Bilâl ibn Rabâh,
de origen abisinio, nacido esclavo en un clan abiertamente hostil al Profeta Muhammad, el de los Jumah. Cuando Ummayah,
jefe de dicho clan, se enteró de que su esclavo Bilâl había abrazado el islam, le
sometió a las más extremas torturas y humillaciones. Así, en las horas más
calurosas del día, Ummayah ordenaba atar a Bilâl y lo sometía a terribles
vejaciones. Sin embargo, Bilâl no se amilanaba y no cesaba de proclamar la
unidad divina gritando “ Ahad!, Ahad!
( ¡Al·lâh es Uno!, ¡Al·lâh es Uno!)”. Dicen que el eco de su voz, de una
potencia y belleza extraordinarias, podía oírse por toda la zona. Abu Bakr, uno
de los Compañeros más próximos del Profeta Muhammad desde los inicios del islam,
y que con los años sería llamado a ser su primer sucesor, no pudiendo observar por
más tiempo tal sufrimiento, compró Bilâl a Ummayah para concederle la
libertad. Bilâl pasó desde entonces a formar parte del círculo más cercano del
Profeta Muhammad.
Años
más tarde, en abril del año 623, unos siete meses después de la emigración del
Profeta y los suyo de Mecca a Medina, los musulmanes finalizaron la
construcción de la primera mezquita de Medina, en la que había un gran patio
destinado a la oración. Al principio los musulmanes acudían allí a rezar sin que se les llamara, indicándose entre ellos el momento de la oración. Esta situación dejaba un tanto que desear, de modo que se planteó la
cuestión de cómo convocar al salât. Se valoró usar un cuerno de carnero, a la
manera de los judíos, o una campana de madera, a la manera de los cristianos
orientales. Sin embargo pronto consideró el Profeta Muhammad que la mejor solución
era que fuera simplemente la voz resonante de un
hombre la que convocara a los demás, empezando la llamada con la repetición de la siguiente invocación:
“Al·lahu Akbar, (Al·âh es el más
grande)”. Una vez tomada la decisión,
el Profeta Muhammad no lo dudó un instante y designó a Bilâl como candidato
indiscutible. Y es así como al final de cada noche, Bilâl trepaba hasta la casa más alta
cercana de la mezquita y se sentaba allí esperando el amanecer para llamar a la
primera oración del día.
Cuando
años más tarde, el Profeta Muhammad pudo regresar por fin a Mecca para realizar
la peregrinación menor o ‘umrah, fue
también Bilâl el encargado de llamar a la oración cinco veces al día con su voz
hermosa y potente.
A
la muerte del Profeta Muhammad acaecida en 632, Bilâl fue incapaz de seguir
realizando el adhân, puesto que el
recuerdo tan vivo del Profeta le quebraba la voz. Por ello pidió a Abu Bakr, convertido
ya en el primer califa del islam, que le descargara de esta responsabilidad y
le enviara a Siria a participar en la campaña de conquista de Jerusalén.
Dícese que desde los altos del Golán, y ante la súplica de Omar ibn al-Khattab,
otro de los Compañeros, accedió por una vez a realizar el adhân, y que su llamada fue tan extraordinariamente conmovedora,
que arrancó las lágrimas de todos los musulmanes que allí se encontraban.
Hacia
el final de su vida, Bilâl se instaló definitivamente en Damasco. Poco antes de
su muerte, el Profeta del islam se le apareció en sueños y le preguntó: “¿Porqué esta
lejanía, Bilâl? ¿No sería tiempo ya de que me visitaras?”. Bilâl se puso
inmediatamente en camino hacia Medina, ciudad a la que no había vuelto desde
hacía más de siete años. A su llegada fue acogido con gran alegría por la
familia del Profeta, especialmente por sus nietos Husseyn y Hassan,
que le rogaron encarecidamente que llamara a la oración a la mañana siguiente.
Al alba, Bilâl subió al techo de la mezquita y lanzó una llamada que conmocionó
a Medina entera.
Y
es que la voz de Bilâl era como el agua que brota, en palabras de Mawlânâ Rûmî
de “la Fuente de la fuente de pureza”, como la nube que transporta el agua de
vuelta al mar. Por ello escribió el maestro persa de Konya: “¡Revívenos, oh Bilâl!, Oh Bilâl de voz dulce
y melodiosa, sube al minarete y toca el tambor de la partida!" (*)
Huuuuuuuuuuu……………
(*)Rûmî, Masnawî V, verso 220