Claude
Monet, una mirada desbordada
Leili
Castella
Contemplar
en vivo la obra del pintor francés Claude Monet (1840-1926) en los parisinos
Musée de l’Orangerie y Musée Marmottan Monet, es asistir al proceso por el que
la mirada de este pintor singular fue abriéndose y abriéndose y abriéndose,
hasta desbordarse. Buena cuenta de ello lo dan el tamaño y los formatos de sus
obras: se agrandan progresivamente hasta tomar la forma de grandes cuadrados.
Pero aún así, estas grandes telas cuadradas no parecían suficientes para
plasmar lo que la mirada de Monet percibía, por los que sus obras se volvieron…
¡circulares!
En
ambos museos, está omnipresente su inmensa serie de las Nymphéas. En efecto, pocas veces se encuentra un artista que
consagre más de veinte años de su vida a la representación de una misma especie
vegetal. Explicaba Halil Bárcena en un reciente artículo sobre las distintas
prácticas del sufismo mevleví, y en
concreto sobre la meditación [1], cómo la reflexión honda y continuada,
desencadena un conocimiento profundo, que revierte en un estado interior que se
exterioriza a su vez en una acción justa, bella y verdadera. Salvando evidentemente
las distancias, algo (o mucho) de ello hay en las Nymphéas
de Monet.
Es
curioso que Monet jamás quisiera denominar “nenúfares” a las plantas acuáticas
que tantas veces pintó. “Nenúfar” tenía, en el lenguaje poético del XIX, una
connotación maléfica y fúnebre de la que el artista quiso alejarse a toda costa, y
por ello utilizó la palabra correspondiente a la ciencia de la botánica, la
cual sugería además todo el simbolismo de las ninfas, consideradas espíritus
divinos que animan la naturaleza. En concreto, las ninfas acuáticas son
entendidas en la mitología griega como personificaciones de las actividades
creativas y alentadoras de la naturaleza, la mayoría de las veces identificadas
con el flujo dador de vida de los manantiales.
Pues
bien, como decíamos, Monet pintó una y mil veces las ninfeas. Un único tema dicho
de infinitas maneras. Ninfeas al amanecer, de día o al anochecer. Ninfeas en primavera,
verano, otoño o invierno. Pero si uno se fija bien, quizás resulta que el tema
que verdaderamente ocupa a Monet no sea la planta en sí, sino el agua, este
elemento líquido aparentemente dócil, penetrable y sugerente, que es a la vez
transparente, iridiscente y espejo. Y quizá tampoco sea el agua el tema fundamental, sino la que es la esencia de la obsesión de Monet: la
luz, la vibración sonora más sutil que existe. El agua es la superficie casi
invisible y espiritual que separa la luz de su reflejo y por ello, es su
suporte perfecto. A través del agua Monet pintó indirectamente lo que no se ve: la
luz. La luz es el secreto: siempre presente, inmutable, y a la vez diciéndose
en infinidad de matices.
Porque
la cuestión es la luz y no los objetos, éstos aparecen desdibujados: los cuatro
elementos, (agua, aire, tierra y fuego) aparecen fusionados, siendo difícil
distinguir a veces si tal zona de la tela representa la superficie del agua, el
fondo del estanque visto en transparencia, la hierba de la orilla, una rama o
una nube. Y no por ello Monet deja de ser fiel a su credo realista: no hace
trampa con lo que ve, ¡es que ve más allá del objeto! Ve más allá de la
superficie, y percibe lo que da unidad a todos los objetos: el elemento
luminoso. Que la luz, y no los objetos, sea lo esencial, implica que no hay
jerarquía entre los objetos. Es por ello que Monet se atreve a rechazar la idea
de perspectiva basada en el sistema de Alberti que había dominado la pintura
occidental hasta el XIX, y suprime la profundidad. Salvando las distancias, a
la manera de las miniaturas persas, todos los objetos quedan en un mismo plano,
consiguiendo así Monet que la mirada del espectador se amplíe y no se detenga.
El pintor desaparece, ya no es él el punto de referencia que establece una
jerarquía entre los distintos elementos del cuadro.
Por
ello entrar en las salas circulares del Musée de l’Orangerie conmueve hasta lo
más profundo. La elección del formato circular hace que la totalidad del campo
visual del espectador esté inmerso en las aguas en que flotan bulbos, ninfeas,
y flores. La mirada queda desfocalizada, debido a la ausencia de referencias y
de contornos, y se produce así una fusión entre el pintor, su obra y el
espectador.
Monet no se escondió a la hora de profesar el mayor escepticismo religioso, por no
decir ateísmo, y había dejado bien atrás su educación católica. Y sin embargo, su obra desprende un fuerte sentimiento de lo sagrado de la
naturaleza. Las Nymphéas no son cuadros
de museo: son aperturas hacia la contemplación y hacia la dimensión divina de
la existencia, invitan al silencio. De hecho son una postal sonora de silencio. Sumergida en estas telas extraordinarias, quien estas líneas les
escribe no pudo dejar de pensar que, si bien es poco probable que Monet la
hubiera leído, la siguiente aleya del Corán quizá no le hubiera sido ajena: “A Al·lâh pertenecen Oriente y
Occidente. Allá donde quiera que te gires verás Su rostro.” (Corán 2,115).
[1] Halil Bárcena Tafakkur o meditación/reflexión. Entrada del 26/9/2012 en http://instituto-sufi.blogspot.com.es/
Si les apetece realizar una
visita virtual a la segunda sala circular del Musée de l’Orangerie, cliquen
aquí: http://www.musee-orangerie.fr/homes/home_u1l2.htm,
En la columna izquierda clicar Nynphéas, luego visite virtuelle, y luego salle 2. Pongan
la imagen a pantalla entera y dejen el cursor apretado encima de la tela…