Presentació

Baraka és una paraula d’origen àrab que significa alè vital, pura energia de vida, gràcia divina. Es diu que hi ha llocs amb una baraka especial. Entre ells, la música. La música és la bellesa l’allò més primordial que nia en nosaltres. En el batec del cor hi ha el ritme. En la respiració, la melodia. I en la relació amb tot allò que ens envolta, l’harmonia.

La música, com el perfum, és presència intangible. Entrar en ella és entrar en un espai preciós en què allò que és subtil pren cos, i on allò que és tangible esdevé subtil. Segons Mowlânâ Rûmî, la música, com el perfum, ens fa comprendre que vivim exiliats en aquest món, i alhora ens recorda allò que sabem i no obstant hem oblidat: el camí de retorn vers el nostre origen, vers casa nostra.

Habitar aquest espai preciós no pot fer-se només des de la raó. Aquest coneixement delicat i potent ha de ser degustat, encarnat, i per això Mowlânâ va ballar i va ballar, i va girar i girar i girar. D’aquest espai preciós de presència intangible és del què ens parlen els autors reunits en aquest blog. En un món com el que ens ha tocat viure, en què tantes velles estructures inservibles s’enfonsen, és responsabilitat de cadascú de nosaltres agafar-nos fort a aquells qui ens han indicat el camí, intentar comprendre´n els indicis, descobrir-ne les petjades ... i començar a girar.

Sigueu més que benvinguts a Baraka,

Lili Castella

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diumenge, 22 de gener del 2012

El gamelán, viaje sonoro a Bali


El Gamelán (*),
un viaje sonoro al corazón de Bali


Leili Castella




 




"Haz un viaje fuera de ti mismo hacia [tu verdadero] tú, oh maestro,
Pues con este viaje la tierra se convierte en una cantera de oro"
(Mawlânâ Rûmî)



Noche cálida en uno de los patios del palacio de Ubud, ciudad del centro de la isla de Bali. El concierto de gamelán está por empezar. Los numerosos instrumentos están dispuestos en forma de herradura a ras del suelo y a escasos centímetros de las primeras hileras de sillas. El suelo, la pared, los árboles y la puerta del fondo del escenario están adornados con flores olorosas. Salen una cuarentena de músicos ataviados con sus sarongs y sus vistosas chaquetas. Cada uno lleva una flor de frangipani en su oreja. Charlan entre sí sin el más mínimo atisbo de divismo ni de nerviosismo. Toman asiento en el suelo del patio... y de repente suena el golpe estremecedor y profundo de un gong de resonancia espectacular: es la señal que desencadena el percutir simultáneo de todos los demás instrumentos, lo cual sume el patio del palacio y el cuerpo del oyente en una densidad de vibración sonora extraordinaria. El viaje ha comenzado...

De todos es bien sabido el amor de los sufíes por los viajes, o mejor dicho, su concepción de la vida como un viaje. El derviche es alquien que vive para viajar, o lo que es lo mismo, para conocer, lo cual significa salir de sí para abrirse a otras posibilidades, a otras culturas y a otros modos de ver y vivir el mundo. Escuchar el gamelán balinés supone precisamente esto: un viaje apasionante a otra cultura y a otra concepción del ser humano. Y es que,como veremos, el gamelán es reflejo y expresión del orden cósmico y social que rige la vida de la mayoría de los balineses.





Aún hoy, gran parte de la sociedad balinesa vive dedicada al cultivo del arroz e inmersa en un intrincado sistema de creencias y rituales que sostiene su modus vivendi. Los balineses, siguiendo el principio hindú del tri-loka, creen que el universo se divide en tres mundos: el reino de los dioses, el reino intermedio de los humanos, y el reino inferior de los demonios. Para sus habitantes, la isla es una propiedad divina cedida al pueblo para que la cultive y viva en ella. Creen los isleños que una energía cósmica reside en la cumbre de los volcanes y que de allí surge cuanto es benéfico para ellos, básicamente el agua que mana de las montañas y vuelve a ellas en forma de lluvia. El mar, por el contrario, es considerado una fuente de peligros tanto físicos como psíquicos (invasiones, inundaciones, etc.), razón por la cual los balineses viven mayoritariamente orientados hacia sus volcanes y de espaldas al mar.

Pues bien, esta cosmología que someramente acabamos de describir, queda reflejada y expresada en el gamelán. Así por ejemplo, el golpe de gong que da inicio al concierto representa, según la etnomusicóloga Catherine Basset [1], la cumbre de la montaña sonora. Es el sonido primordial que contiene todos los demás sonidos, el que desencadena su manifestación, y el lugar al que vuelven dichos sonidos una vez finalizado el ciclo musical.

Como "ser animado" que habla del mundo superior, al gamelán se le atribuyen poderes espirituales y por ellos es objeto de veneración. Recibe ofrendas de flores e incienso y es tratado con enorme respeto. Así, por ejemplo, un indonesio jamás pasará por encima de un instrumento, no fuera a romperse su vinculación con el cielo. La construcción, reparación o añadido de algún instrumento, se acompaña siempre de ceremonias rituales similares a bautizos, matrimonios, etc.




Como se ve, el gamelán tiene entidad propia e incluso domicilio estable, lo cual comporta que los instrumentos que lo componen ni pertenezcan a los músicos, ni sean trasladados a sus casas para ensayar. El gamelán es propiedad del barrio, del pueblo o del palacio, y allí permanece. Y así como los campesinos viven y cultivan campos cedidos por los dioses, el gamelán perdurará más allá de su uso temporal por parte de los músicos.
Tapoco es ajena a esta visión cosmológica la extraordinaria densidad sonora del gamelán. Para el balinés, el universo tiene tal frondosidad que no deja lugar al vacío. Así queda patente en las viviendas (en las que el espacio que no ocupan los vivos se dedica al culto a los antepasados), en la pintura (que a menudo muestra abigarrados lienzos absolutamente llenos de personajes del mundo visible y del invisible), etc. Todo en Bali es denso, ¡hasta la vegetación o la humedad!

Esta concepción del cosmos lo tiñe todo y se concreta a su vez en un orden social basado en la interdependencia de las personas y en la primacía absoluta de lo colectivo sobre lo individual. Dicho orden lo reproduce el gamelán con nitidez: la misma interdependencia que se necesita para el riego, el cultivo y la recolección de los arrozales, se hace imprescindible en el gamelán, en el que los distintos instrumentos apenas poseen cualidades musicales fuera del conjunto. Como explica Catherine Basset, el gamelán divide la música en tareas infinitesimales entre los diferentes instrumentistas, que, por tanto, en modo alguno son autónomos. Para entenderlo mejor imaginemos, por ejemplo, una melodía de 16 notas. Pues bien, podría ser que un músico tocara las notas primera, tercera y quinta, otro la segunda, cuarta y sexta, otro la séptima, etc. Sin la estrecha coordinación y cooperación de todos, hacer música sería imposible.



Pero aún hay más. Así como en el campo el campesino desarrolla múltiples tareas, en la orquesta de gamelán las funciones también son intercambiables, dado que el músico no tiene por qué tener un lugar fijo en ella. Y así, refiere Basset, por imitación y transmisión oral, tanto los campesinos como los músicos, aprenden a base del intercambio de tareas mínimas, lo cual, con el tiempo, les permite adquirir un vasto abanico de saberes.

Tode ello comporta, por un lado, una ética de responsabilidad colectiva, de ciudadanía y de escucha de conjunto, y por otro, la viviencia y la comprensión de que un individuo no es más que una parte ínfima de un todo infinito y de que, por lo tanto, nadie es imprescindible. Este borrarse del individuo frente a lo colectivo repercute en conceptos musicales como la creación y la autoría. En las antípodas del compositor occidental que piensa sus obras en soledad y las vierte en una partitura, la música de gamelán puede surgir de una idea lanzada por un miembro del conjunto que pronto es orquestada por los demás siguiendo los patrones interiorizados y transmitidos de generación en generación. La composición es, pues, de todos, y queda plasmada directamente en los instrumentos. Este borrarse del individuo en favor de lo colecctivo supone también la ausencia de la figura del gurú o del maestro, dado que un músico puede enseñar una pieza, pero se prescindirá de él para enseñar la siguiente. Y es que el gamelán tiene un fuerte efecto nivelador (no es vana la imagen de los músicos que, pudiendo provenir de distintos estratos sociales,tocan todos a ras del suelo).


En este viaje del "yo" al "nosotros" que nos propone el gamelán, nos queda un pequeño pero importante detalle por comentar: la flor de frangipani en la oreja de cada músico. Los balineses viven rodeados de una naturaleza bellísima que ellos han contribuido a modelar a lo largo de los siglos en forma de inacabables terrazas de arrozales. Quizá la flor no sea sino un recordatorio de la obligación colectiva que los balineses siente de portar hermosura al mundo, como si de un imperativo sagrado se tratara.

Notas
(*) Gamelán: término genérico empleado para referirse a un confunto de instrumentos musicales integrado por gongs y metalófonos.
[1] Las referencias a Catherine Basset contenidas en este artículo pertenecen a su libro "Música de Bali a Java. El orden y la fiesta". Ediciones Akal.

Notas:
(1) Gamelán es el término genérico utilizado para referirse a un conjunto de instrumentos musicales integrado por gongs y metalófonos
(2) Las referencias a Catherine Basset contenidas en este artículo pertenecen a su libro “Músicas de Bali a Java. El orden y la fiesta” (Akal, 1999).

Para oír algunos ejemplos de música de gamelán, clikar aquí: