Presentació

Baraka és una paraula d’origen àrab que significa alè vital, pura energia de vida, gràcia divina. Es diu que hi ha llocs amb una baraka especial. Entre ells, la música. La música és la bellesa l’allò més primordial que nia en nosaltres. En el batec del cor hi ha el ritme. En la respiració, la melodia. I en la relació amb tot allò que ens envolta, l’harmonia.

La música, com el perfum, és presència intangible. Entrar en ella és entrar en un espai preciós en què allò que és subtil pren cos, i on allò que és tangible esdevé subtil. Segons Mowlânâ Rûmî, la música, com el perfum, ens fa comprendre que vivim exiliats en aquest món, i alhora ens recorda allò que sabem i no obstant hem oblidat: el camí de retorn vers el nostre origen, vers casa nostra.

Habitar aquest espai preciós no pot fer-se només des de la raó. Aquest coneixement delicat i potent ha de ser degustat, encarnat, i per això Mowlânâ va ballar i va ballar, i va girar i girar i girar. D’aquest espai preciós de presència intangible és del què ens parlen els autors reunits en aquest blog. En un món com el que ens ha tocat viure, en què tantes velles estructures inservibles s’enfonsen, és responsabilitat de cadascú de nosaltres agafar-nos fort a aquells qui ens han indicat el camí, intentar comprendre´n els indicis, descobrir-ne les petjades ... i començar a girar.

Sigueu més que benvinguts a Baraka,

Lili Castella

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dimecres, 9 d’octubre del 2013

Imágenes sonoras



La fotografía sonora de Mustafa Dedeoǧlu
Leili Castella
 
 
Foto: Mustafa Dedeoglu
 
El fotógrafo turco Mustafa Dedeoǧlu expone estos días en Barcelona, en el Institut d’Estudis Fotogràfics de Catalunya (IEFC) su bellísimo trabajo Istanbul: rostros de una ciudad sin tiempo.

Sus fotografías en blanco y negro hablan, en palabras de su propio autor, “de la eterna sabiduría que ha estructurado una ciudad… Istanbul” en cuyo seno han florecido, a lo largo de los siglos, distintas culturas. Las imágenes captadas por Dedeoǧlu reflejan los vestigios que el paso del tiempo ha ido depositando en la ciudad, y son por lo tanto tremendamente evocadoras. Ello hace que el espectador “entre” en ellas a tal punto que se vuelven  sonoras, haciéndose audibles  el aleteo de los pájaros, el rumor de los pasos en las calles solitarias, el vaivén de las frías olas de invierno, el quedo caer de la lluvia… Es como si el fotógrafo hubiera “oído” algo que va mucho más allá del bullicio de una ciudad tan viva como es Istanbul.
 
Foto: Mustafa Dedeoglu
 
Tuvimos la ocasión de preguntar a Mustafa Dedeoǧlu cómo suena para él Istanbul, y nos respondió que suena a pasado. Añadió que el sonido del pasado lo identifica y se le hace presente a través de las melodías del ney, la flauta derviche de caña. No en vano Mustafa Dedeoǧlu nació en Üsküdar, el istanbulí barrio por excelencia de los derviches....

http://www.iefc.es/activitats_culturals/exposicio-istanbul.php
Exposición organizada conjuntamente con el Consulado General de Turquía en Barcelona.

divendres, 16 de novembre del 2012

El adhân


La intimidad de una llamada

Leili Castella

 


 

Hemos dedicado ya varias entradas al adhân o llamada a la oración que el muecín, desde lo alto del alminar de su mezquita, realiza cinco veces al día, armonizando así la vida de los musulmanes con los ritmos de la naturaleza. Queremos recoger en esta ocasión unas bellísimas palabras del gran poeta y maestro sufí persa Mawlânâ Rûmî (m. 1273), recogidas en el libro sexto de su Masnavî, en las que, después de relatar la historia de Bilâl, el primer muecín del Islam, se dice: "Un sol (el Profeta), entró en la cabaña de la luna nueva (Bilâl) urgiéndole y diciéndole: "¡Refréscanos, oh Bilâl (llamando a la oración)! Por temor al enemigo susurrabas; (ahora) para confundirle, sube al minarete y habla (con voz fuerte)." El que anuncia las buenas nuevas (el muecín), grita al oído de cada hombre afligido: "¡Levántate, oh hombre desgraciado, y atrapa la ocasión de la felicidad! ¡Oh tú que estás en prisión entre este hedor y estas pulgas, cuidado no lo oiga nadie! Tú que has escapado ¡guarda silencio!"". (Rûmî, Masnaví, VI 1090 y ss.)

 

dissabte, 29 de setembre del 2012

Monet, una mirada desbordada

 




Claude Monet, una mirada desbordada

 
Leili Castella
 
 
 


 

Contemplar en vivo la obra del pintor francés Claude Monet (1840-1926) en los parisinos Musée de l’Orangerie y Musée Marmottan Monet, es asistir al proceso por el que la mirada de este pintor singular fue abriéndose y abriéndose y abriéndose, hasta desbordarse. Buena cuenta de ello lo dan el tamaño y los formatos de sus obras: se agrandan progresivamente hasta tomar la forma de grandes cuadrados. Pero aún así, estas grandes telas cuadradas no parecían suficientes para plasmar lo que la mirada de Monet percibía, por los que sus obras se volvieron… ¡circulares!

En ambos museos, está omnipresente su inmensa serie de las Nymphéas. En efecto, pocas veces se encuentra un artista que consagre más de veinte años de su vida a la representación de una misma especie vegetal. Explicaba Halil Bárcena en un reciente artículo sobre las distintas prácticas del sufismo mevleví, y en concreto sobre la meditación [1], cómo la reflexión honda y continuada, desencadena un conocimiento profundo, que revierte en un estado interior que se exterioriza a su vez en una acción justa, bella y verdadera. Salvando evidentemente las distancias, algo (o mucho) de ello hay en las  Nymphéas de Monet.

 

Es curioso que Monet jamás quisiera denominar “nenúfares” a las plantas acuáticas que tantas veces pintó. “Nenúfar” tenía, en el lenguaje poético del XIX, una connotación maléfica y fúnebre de la que el artista quiso alejarse a toda costa, y por ello utilizó la palabra correspondiente a la ciencia de la botánica, la cual sugería además todo el simbolismo de las ninfas, consideradas espíritus divinos que animan la naturaleza. En concreto, las ninfas acuáticas son entendidas en la mitología griega como personificaciones de las actividades creativas y alentadoras de la naturaleza, la mayoría de las veces identificadas con el flujo dador de vida de los manantiales.

Pues bien, como decíamos, Monet pintó una y mil veces las ninfeas. Un único tema dicho de infinitas maneras. Ninfeas al amanecer, de día o al anochecer. Ninfeas en primavera, verano, otoño o invierno. Pero si uno se fija bien, quizás resulta que el tema que verdaderamente ocupa a Monet no sea la planta  en sí, sino el agua, este elemento líquido aparentemente dócil, penetrable y sugerente, que es a la vez transparente, iridiscente y espejo. Y quizá tampoco sea el agua el tema fundamental, sino la que es la esencia de la obsesión de Monet: la luz, la vibración sonora más sutil que existe. El agua es la superficie casi invisible y espiritual que separa la luz de su reflejo y por ello, es su suporte perfecto. A través del agua  Monet pintó indirectamente lo que no se ve: la luz. La luz es el secreto: siempre presente, inmutable, y a la vez diciéndose en infinidad de matices.
 
 
 
Porque la cuestión es la luz y no los objetos, éstos aparecen desdibujados: los cuatro elementos, (agua, aire, tierra y fuego) aparecen fusionados, siendo difícil distinguir a veces si tal zona de la tela representa la superficie del agua, el fondo del estanque visto en transparencia, la hierba de la orilla, una rama o una nube. Y no por ello Monet deja de ser fiel a su credo realista: no hace trampa con lo que ve, ¡es que ve más allá del objeto! Ve más allá de la superficie, y percibe lo que da unidad a todos los objetos: el elemento luminoso. Que la luz, y no los objetos, sea lo esencial, implica que no hay jerarquía entre los objetos. Es por ello que Monet se atreve a rechazar la idea de perspectiva basada en el sistema de Alberti que había dominado la pintura occidental hasta el XIX, y suprime la profundidad. Salvando las distancias, a la manera de las miniaturas persas, todos los objetos quedan en un mismo plano, consiguiendo así Monet que la mirada del espectador se amplíe y no se detenga. El pintor desaparece, ya no es él el punto de referencia que establece una jerarquía entre los distintos elementos del cuadro.
 
 
 
 

Por ello entrar en las salas circulares del Musée de l’Orangerie conmueve hasta lo más profundo. La elección del formato circular hace que la totalidad del campo visual del espectador esté inmerso en las aguas en que flotan bulbos, ninfeas, y flores. La mirada queda desfocalizada, debido a la ausencia de referencias y de contornos, y se produce así una fusión entre el pintor, su obra y el espectador.

Monet no se escondió a la hora de profesar el mayor escepticismo religioso, por no decir ateísmo, y había dejado bien atrás su educación católica. Y sin embargo, su obra desprende un fuerte sentimiento de lo sagrado de la naturaleza. Las Nymphéas no son cuadros de museo: son aperturas hacia la contemplación y hacia la dimensión divina de la existencia, invitan al silencio. De hecho son una postal sonora de silencio. Sumergida en estas telas extraordinarias, quien estas líneas les escribe no pudo dejar de pensar que, si bien es poco probable que Monet la hubiera leído, la siguiente aleya del Corán quizá no le hubiera sido ajena: “A Al·lâh pertenecen Oriente y Occidente. Allá donde quiera que te gires verás Su rostro.” (Corán 2,115).

[1] Halil Bárcena Tafakkur o meditación/reflexión. Entrada del 26/9/2012 en http://instituto-sufi.blogspot.com.es/
 
 
Si les apetece realizar una visita virtual a la segunda sala circular del Musée de l’Orangerie, cliquen aquí: http://www.musee-orangerie.fr/homes/home_u1l2.htm, En la columna izquierda clicar Nynphéas, luego visite virtuelle, y luego salle 2.  Pongan la imagen a pantalla entera y dejen el cursor apretado encima de la tela… 


dilluns, 2 de juliol del 2012

El adhân



El adhân  o el agua de la Fuente de pureza


 Leili Castella



Si hay algo que defina el paisaje sonoro de un musulmán o musulmana, es el sonido bellamente musicalizado de las cinco llamadas diarias a la oración o adhân. En efecto, cinco veces al día, rigiéndose por los ritmos solares de la naturaleza, el muecín o almuédano, desde lo alto del alminar de la mezquita, anuncia el inicio del salât u oración. En la tradición islámica se utiliza la voz humana para realizar dicha llamada. El hombre convoca al hombre sin intermediarios de ningún tipo, gracias al poder de su propia voz.

Cuenta la tradición que el primer muecín que llamó a la oración, fue Bilâl ibn Rabâh, de origen abisinio, nacido esclavo en un clan abiertamente  hostil al Profeta Muhammad, el de los Jumah. Cuando Ummayah, jefe de dicho clan, se enteró de que su esclavo Bilâl había abrazado el islam, le sometió a las más extremas torturas y humillaciones. Así, en las horas más calurosas del día, Ummayah ordenaba atar a Bilâl y lo sometía a terribles vejaciones. Sin embargo, Bilâl no se amilanaba y no cesaba de proclamar la unidad divina gritando “ Ahad!, Ahad! ( ¡Al·lâh es Uno!, ¡Al·lâh es Uno!)”. Dicen que el eco de su voz, de una potencia y belleza extraordinarias, podía oírse por toda la zona. Abu Bakr, uno de los Compañeros más próximos del Profeta Muhammad desde los inicios del islam, y que con los años sería llamado a ser su primer sucesor, no pudiendo observar por más tiempo tal sufrimiento, compró  Bilâl a Ummayah para concederle la libertad. Bilâl pasó desde entonces a formar parte del círculo más cercano del Profeta Muhammad.



Años más tarde, en abril del año 623, unos siete meses después de la emigración del Profeta y los suyo de Mecca a Medina, los musulmanes finalizaron la construcción de la primera mezquita de Medina, en la que había un gran patio destinado a la oración. Al principio los musulmanes acudían allí a rezar sin que se les llamara, indicándose entre ellos el momento de la oración. Esta situación dejaba un tanto que desear, de modo que se planteó la cuestión de cómo convocar al salât. Se valoró usar un cuerno de carnero, a la manera de los judíos, o una campana de madera, a la manera de los cristianos orientales. Sin embargo pronto consideró el Profeta Muhammad que la mejor solución era que fuera simplemente la voz resonante de un hombre la que convocara a los demás, empezando la llamada con la repetición de la siguiente invocación: “Al·lahu Akbar, (Al·âh es el más grande). Una vez tomada la decisión, el Profeta Muhammad no lo dudó un instante y designó a Bilâl como candidato indiscutible. Y es así como al final de cada noche, Bilâl trepaba hasta la casa más alta cercana de la mezquita y se sentaba allí esperando el amanecer para llamar a la primera oración del día.

Cuando años más tarde, el Profeta Muhammad pudo regresar por fin a Mecca para realizar la peregrinación menor o ‘umrah, fue también Bilâl el encargado de llamar a la oración cinco veces al día con su voz hermosa y potente.


A la muerte del Profeta Muhammad acaecida en 632, Bilâl fue incapaz de seguir realizando el adhân, puesto que el recuerdo tan vivo del Profeta le quebraba la voz. Por ello pidió a Abu Bakr, convertido ya en el primer califa del islam, que le descargara de esta responsabilidad y le enviara a Siria a participar en la campaña de conquista de Jerusalén. Dícese que desde los altos del Golán, y ante la súplica de Omar ibn al-Khattab, otro de los Compañeros, accedió por una vez a realizar el adhân, y que su llamada fue tan extraordinariamente conmovedora, que arrancó las lágrimas de todos los musulmanes que allí se encontraban.

Hacia el final de su vida, Bilâl se instaló definitivamente en Damasco. Poco antes de su muerte, el Profeta del islam se le apareció en sueños y le preguntó: “¿Porqué esta lejanía, Bilâl? ¿No sería tiempo ya de que me visitaras?”. Bilâl se puso inmediatamente en camino hacia Medina, ciudad a la que no había vuelto desde hacía más de siete años. A su llegada fue acogido con gran alegría por la familia del Profeta, especialmente por sus nietos Husseyn y Hassan, que le rogaron encarecidamente que llamara a la oración a la mañana siguiente. Al alba, Bilâl subió al techo de la mezquita y lanzó una llamada que conmocionó a Medina entera.

Y es que la voz de Bilâl era como el agua que brota, en palabras de Mawlânâ Rûmî de “la Fuente de la fuente de pureza”, como la nube que transporta el agua de vuelta al mar. Por ello escribió el maestro persa de Konya: “¡Revívenos, oh Bilâl!, Oh Bilâl de voz dulce y melodiosa, sube al minarete y toca el tambor de la partida!" (*)

 Huuuuuuuuuuu……………

 (*)Rûmî, Masnawî V, verso 220


 

dijous, 3 de maig del 2012

La presencia silente

La presencia silente

Leili Castella




En los lugares de presencia del islam, es frecuente ver a las personas sosteniendo en las manos su tesbih y haciendo pasar sus cuentas, mientras realizan las tareas normales y corrientes en las que ocupamos nuestra vida cotidiana: ir al mercado, cuidar los negocios, trasladarnos en transporte público, etc. Es seguramente una manera de encarnar eso a lo que los sufíes se refieren cuando hablan de 'vivir en el mundo sin ser de este mundo', o de 'ser y estar en el mundo, pero vuelto siempre hacia el interior'. "Jalvat dar anyumân" que en persa quiere decir 'retiro en sociedad', fue la expresión que acuñó el maestro persa Bahauddín Naqshaband (m. 1389), fundador de la tarîqa o vía sufí naqshabandî, para referirse a esta particular forma de vivir, 'retirado en el mundo', que constituyó uno de los pilares y a la vez uno de los ejercicios prácticos utilizados en la citada vía sufí.

Y es que seguramente la espiritualidad consiste en hacer lo que hay que hacer en cada momento, teniendo presente y recordando, aunque sea en silencio, la dimensión sagrada de nuestro existir.
   



En cierta ocasión, le preguntaron al gran maestro sufí persa Bayazîd Bistâmî (m. 874)  qué era lo que identificaba al verdadero derviche, a lo que el maestro contestó: “Es que le veas comiendo y bebiendo en tu compañía, bromear contigo, venderte o comprarte algo, mientras que su corazón está en el reino de la santidad divina. Ése es el signo más prodigioso".

Como expresa Halil Bárcena, "la experiencia del sufismo es la experiencia de la Vida. Eso sí, Vida con mayúsculas. La espiritualidad sufí no es simplemente una parte de la realidad humana, un añadido más a nuestro vivir, sino la totalidad de lo que en verdad significa ser realmente humano." [1]

Huuuuuuuuu..........

[1] Halil Bárcena, Sufismo. Fragmenta Editorial, 2012. Pág. 29.

dilluns, 23 d’abril del 2012

El sonido de la ausencia

Una silla vacía

Leili Castella



Aún hoy existen en Istanbul personas que tuvieron la inmensa suerte de conocer a Aziz Çinar, o mejor dicho, a Aziz Baba, que es como le llamaban aquellos que vivieron bajo su baraka (palabra de origen árabe que significa fuerza divina, gracia, protección). Aziz Baba, shayj de la tariqa u orden sufí Arusia, tenía una personalidad carismática. Cuenta de él Kudsi Erguner [1] que "era un hombre impresionante; muy alto y con el cráneo casi rasurado, con una nariz enorme, unos espesos bigotes, y unos ojos negros y brillantes. Era muy apreciado y respetado por sus discípulos, que se desvivían para atender hasta el último de sus deseos. Humilde y modesto, tenía un gran sentido del humor, muy refinado."

Aziz Baba vivió de pleno las consecuencias de la promulgación, en 1925, por parte de la entonces recién creada República de Turquía, de una ley prohibiendo el sufismo, sus distintas manifestaciones, tanto públicas como privadas, y todos los focos en se ponía en práctica. Llegó un momento en que  Aziz Baba ya no pudo reunir a sus discípulos ni en su propia casa, por lo que no le quedó otro remedio que convocar los encuentros en un minúsculo café situado al lado de la mezquita  principal del barrio istanbulí de Üsküdar, regentado por uno de sus discípulos. Resultaba así que cada martes, el café se transformaba en un lugar de reunión para derviches, en que se practicaba el dhikr [2] y se escuchaban las palabras del entrañable Shayj.




Si por algo se distinguen los derviches es por su adab, es decir, por su forma de saber estar y de saber hacer, que se traduce en gestos de una sensibilidad exquisita. En un bellísimo ejemplo de ello, la silla en que se sentaba Aziz Baba cada martes, se dejaba vacía el resto de la semana. Cuenta Erguner que a los clientes habituales jamás se les habría ocurrido sentarse en ella. Y en el  caso de algún cliente ajeno a la situación, ya se encargaba el gerente de darle a entender que tal silla estaba reservada.

 La silla vacía se hacía así eco del dhikr, de las palabras y en definitiva de la presencia benéfica de aquel hombre sabio y bondadoso.

Huuuuuuuuuu.............


[1] Kudsi Erguner, La fuente de la separación. Oozebap, 2009. Pág. 51.
[2] Dhikr: recuerdo y remembranza de Dios; práctica sufí por excelencia. Definición recogida en Sufismo, de Halil Bárcena. Fragmenta Editorial, 2012.




diumenge, 15 d’abril del 2012

Sonidos

Un suave tintineo
 Leili Castella





Pocas cosas hay que nos hagan viajar hasta nuestros recuerdos como los sonidos. Ésta es precisamente la razón por la que, con esta entrada, abrimos una nueva sección de 'Baraka' que titulamos "Postales sonoras". Los sonidos que les sugerimos en esta ocasión son el suave tintineo de las cucharillas removiendo el azúcar de un delicioso té turco, y el de las almendras de un no menos delicioso postre mevleví crujiendo en nuestras bocas.

Quien estas líneas escribe tuvo ocasión de escucharlos en una reciente estancia en Istanbul, y más concretamente en el  Kanaat Lokantası, restaurante situado en el barrio istanbulí de Üsküdar. Nos guió hasta allí nuestra amiga Nesrin Can, de quien les traslado éstas impagables explicaciones: Kanaat, el nombre del restaurante, significa "aquél que se contenta con lo poco que tiene", y ello no es baladí, pues dícese que es un restaurante frecuentado por derviches, los cuales pueden estar comiendo en cualquier esquina discreta: nadie los reconoce excepto aquellos que los conocen... 


Dos son los postres que aparecen en la primera fotografía: uno es de calabaza (en turco se llama kabak tatlısı), y otro de sémola (en turco: irmik tatlısı). Este segundo es un típico postre mevleví. Como ven, encima de la sémola hay almendras, que, como sigue explicando Nesrin Can, son utilizadas muy frecuentemente en la cocina mevleví por su interesante simbolismo: por fuera tienen una cáscara dura que es necesario romper para acceder a la almendra y así poder degustar su dulce sabor...

Huuuuuuu......